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8 de noviembre de 2010

sorpresa

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Anochecía en la cuadra. Se prendían los farolitos de mala muerte en la mitad de la calle. El Negro y Biro estaban chupando una ginebra caliente como el meo, mientras observaban los movimientos del negocio de la esquina. –Che Biro, me parece que tiene toda la guita de las joyas en el sótano este hijoderemilputas. Sí ya se, contestó Biro con fastidio. Estaban ahí para hacerlo boleta y llevarse todo lo que tenía guardado. –Pero esperá tranca, che, que se va a dar cuenta, dijo Biro. Ahora, antes de que cierre, nos acercamos por atrás de él. El Negro asintió con la cabeza.-Pero mirá que tiene que ser gil, éste ¿eh?, poner una joyería del orto en este barrio del orto, pensó en voz alta el Negro mientras con su mano marcaba la vereda con una rama seca. –No te calentés, va a salir bien. ¿Le hablaste al gringo por la mercadería?, lo apabulló el Biro, y el Negro le dijo que todo lo que de él dependía estaba en orden. Eran las siete y media y el dueño de ese tugurio afilado, comenzaba a cerrar. Eso veían ellos. Había que actuar antes de que baje las persianas. Se pusieron de pie y avanzaron en diagonal, rápido, con la vista gacha y casi, imperturbables. Cuando el quía estaba por bajar la persiana, lo encañonaron y lo hicieron entrar.- ¿Qué pasa che? ¿Yo qué les hice?. Callate dijo el Negro, -¿Dónde tenés esas piedras del afano anterior?. -¿Qué piedras?. -Esas que no compartiste con nosotros, mierda, dijo Biro.- Acá no las tengo, están abajo, en el sótano, en una caja fuerte. Se rieron sin disimulo por la inocencia del imbécil y, revoleando el arma, lo hicieron bajar llevándose todos los peldaños encima, cayendo como una bolsa de papas en el subsuelo. –Despertate che, decinos dónde están, vociferó el Negro, mientras el traidor, marcó una esquina lúgubre del cuadrilátero. Biro salió a los pedos hacia ese lugar, mientras el Negro apuntaba al viejo que estaba sentado en el suelo. De atrás de una cortina de hule, salió al cruce doña Matilde y los dos, el Negro y Biro, le dijeron- ¿Qué hacés acá mamá? – O se van o los liquido a los dos, dejen a Omar tranquilo.Pero nos cagó vieja, se quedó con nuestra parte. –No importa, se van y no quiero verlos más merodeando por la zona. Le hicieron caso, subieron la escalera y cayeron de a uno. Matilde aún temblaba con el arma en las manos. Omar, subió rápido, sacándose de encima los cuerpos de esos imbéciles, trabó la puerta del sótano y llamó a la policía. Todavía se escuchan los llantos de Matilde tras las rejas.
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7 comentarios:

Anónimo dijo...

El final quedó genial.

Por otro lado, estuve chusmeando tu blog, me encantó. Sos de las mías (o soy de las tuyas, eso depende de quién lo mire),vamos Bukowski todavía.

Paso después, beso.

Darío dijo...

Que sorpresita! Mierda con Matilde, es de fierro!
Está muy bueno. Los personajes son casi palpables.

Epístola Gutierrez dijo...

Me gustó el relato, el clima, el lenguaje, los detalles... y el final sí que me sorprendió: contundente!!
Te dejo un beso.

Yoni Bigud dijo...

Me gustó. Una historia de traiciones. Más de una por lo que puede inferirse en el final.

Así son las cosas cuando se pierden los escrúpulos.

Un saludo.

Gregorio Kolbe dijo...

Cautivas de la oscuridad quedan siempre, las traiciones.

Una vez más, tus finales aparecen donde menos los espero. Sorprendes siempre con lo escrito.

Un enorme beso, bella Cleopatra.

Juanma dijo...

Gran trabajo! Me gustó mucho! Está narrado con las palabras callejeras, con los códigos de los malvivientes, de los malhechores. Muy bueno, me gustó mucho, reitero.
Un beso.

عمَر dijo...

como siempre, gamberra e irreverente... elegante decadencia la tuya... dobleces y sorpresas...

me encanta tu trabajo, cleo...

besos tristes