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24 de enero de 2011

paréntesis


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Estoy lejos de mi mundo. Estoy entre olas y arena. Estoy asumiendo que hay maneras excelentes de estar en estos días. Estoy menos aleatoria, más predecible, más ¿madura?. Aunque busco las mismas ternuras, las mismas ilusiones, los mismos sueños y la inalcanzable luna que se atreve a amarnos a todos. Mientras tanto, en mi ausencia, deslizo una frase de Bolaño, el escritor que se convirtió en mi actual amante literario y les deseo beneplácitos, amores a hurtadillas, risas prohibidas y miradas más lejanas que el mismo horizonte.
Hasta la vuelta.
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"De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo no quiera aguantar más"
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16 de enero de 2011

sueño


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denis nuñez rodriguez
pintor cubano.

No me convence mucho escribir mientras tengo esbozos de sueño porque suelo procesar con menos criterio (¿Qué es criterio?) todo lo que quiero decir. Me vuelvo más pragmática, aferrada al piso y con movimientos torpes y pensamientos en cámara lenta que sólo se circunscriben a tareas cotidianas y a duras penas. Pero en un resquicio del cerebro hierven las plusvalías de lo que aún espero en ganancias afectivas. Siempre aúllo por más, nunca por menos y en la diatriba de un Domingo de sol y caluroso de un Enero nuevo que estrena año, prometo y prometo que lo que escriba ahora, tendrá un sincero fluir. La vecina canta la dicha de estar viva y medito que eso debería estar haciendo yo. Eso y mucho más que se asemeje a una caja de buenos augurios y risas. Pero tengo sueño y todavía la realidad escatima mis deseos de sueños dentro de otros sueños, y estos últimos no han aparecido en la comisura de mis ojos. El sol se empecina en acercarme su calor, pero mis ojos están a media asta. Hay otros placebos para mi vida onírica, pero sólo el reloj y su marcha despabilan las ideas. Y mientras tanto acecho desde alguna sombra. Es que es desde allí que distingo lo posible de lo ineluctable.
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7 de enero de 2011

incipiente

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Suele bajarse de la cuna de la misma manera que los cowboys del lejano oeste se apeaban del caballo, y viene sigilosamente a mi cuarto, al lado de mi cama. Apoya su mano derecha en mi mejilla y me acaricia fuerte para que me despierte. Me da un beso con la boca abierta y pasa su lengua por mi rostro e instintivamente lo beso dormida y lo acuesto en el medio de la cama. Me mira con sus ojos inspiradores de todas las ternuras del mundo y voy a calentarle la mamadera, mientras le acaricia la espalda a su padre y lo llama insistentemente para que se despierte, hasta que lo logra y es allí donde se sonríe cuando escucha de esa voz masculina “Hola campeón”. Es así: Entre nosotros no hacen falta palabras. Los dos sabemos que nada es más importante que uno con el otro, y el otro con uno. Empezó a tararear canciones antes que a hablar. Ahora canta en su dialecto que yo me atrevo a traducir. Anda por la vida pisando fuerte y apostando a eso que aún no conoce y que vuela a su alrededor, y son los sueños que lo corroen y lo desvelan. Su conejo de peluche casi no tiene orejas porque sus dientes nacieron a esos efectos, a esos fines, a esos resultados de morder para conocer. Y alza los brazos para alcanzar las nubes desde los hombros de su padre. Sus manos se estiran y hay carcajadas constantes porque le gusta el vuelo rasante de las palomas. Vigila, observa, nada es posible sin su libertad. Él sucumbe a sus pies descalzos y a la ausencia de remeras. Corre y se esconde en alguna esquina de la casa. Espía y lleva en su cabeza alas que yo veo, que yo percibo, que yo le anuncio, y él sube sus brazos para tocarse el cabello y decirme que no están, abriendo las palmas hacia fuera y levantando los hombros. Sabe todos los interrogantes porque no hay respuestas a esta gloria de vivir y crecer. Y va atrás de mis pasos como un apéndice de dicha que se me descolgó. Me abraza las piernas y pide que lo alce. Y desde mis brazos, pegado a la ventana, suspira vientos con aroma a magnolias que, seguramente, han venido a coronarlo.  
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2 de enero de 2011

sobrevivir


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Las manos sostenían el tazón con caldo caliente. Hacía frío allí en el sur de todos los sures y ella lo había preparado para su madre que no sentía sus piernas. Estaba amorosamente apoltronada en su cama entre almohadas y abrigada como pocas veces lo había estado. Su hija no tenía la misma posibilidad. Debía cuidarla, esa era la cultura familiar de que debía sobrevivir el que menos oportunidades tenía y ella cumplía con esos mandatos. Se llamaba Angélica. Su pelo acariciaba apenas sus hombros blancos de tan poco aire y sol. Sus pies estaban amoratados porque calzaba sandalias. Le extendió a su madre, temblando, el tazón y ella le agradeció con un mohín que semejaba  una pequeña sonrisa. Los vidrios de la ventana estaban empañados de sus propias exhalaciones. Angélica limpió con la yema de su dedo mayor, en forma de círculo, una diminuta parcela del mismo para ver hacia fuera el viento y la noche. Se detuvo en la cara de su madre que exudaba por el calor del caldo.
Ojalá no se lo tome todo, pensó, deseó y necesitó. Tenía hambre de días y noches que no recordaba, pero un mareo la hizo sucumbir sobre la falda de su madre que corrió el tazón para que no se derramara el contenido. Lo apoyó en el piso, al lado de la cama y comenzó a acariciar a su hija y a tararearle una canción. La miró y lloró. Angélica acababa de expirar todos los deseos de una felicidad intangible. Su madre vociferó a los cielos mientras la hamacaba. El líquido del tazón dejó de humear. Afuera auyó el lamento de un gélido lobo en son de rezo.
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