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Llovía desde ráfagas. Sacudió su impermeable antes de entrar. Tocó el timbre porque sus manos mojadas no lo dejaban embocar la llave en la cerradura. Ella le abrió con tardanza y con descuido. Él la saludo con un beso en la mejilla y al pasar. Depositó en un sillón las cosas que traía de su trabajo. Se secó en el baño y con mucha delicadeza limpió sus lentes para ver. Ella hacía ruido desde la cocina. Él imaginó que otra noche igual a todas estaba sucediéndose. Suspiró pero no por alivio, apagó la luz y se dispuso a sentarse a la mesa. Como siempre ella en una punta y él en otra. Sin hablarse. Sin tocarse. Pero él comenzó a hablar: “ Olivia, el que lleva anteojos soy yo, pero parece que sos vos la que no me ve. Nunca me ves. Nunca te detenés a hacerlo. Parece que fueras ciega” y se rió por su ocurrencia drámatica. La miró. Ella comía sin quitar los ojos del plato. Él la miraba fijamente y le preguntó: ¿No te interesa como fue mi día carajo?. Silencio. Silencio forzado o no, era para él lo mismo. La indiferencia lo alteraba. La indiferencia de su mujer lo alteraba porque después no le interesaba nada. Su mujer y los amigos del bar de la esquina. Nada más. Ella no intentaba nada. Como siempre. Pero él quería hablar y comenzó a contarle en qué había pensado, que es lo que había hecho y que no había ayudado a una pobre mujer que se estaba mojando con un crío en los brazos y que se sintió una basura. Pero estaba acostumbrado a sentirse poca cosa. Una escoria. La volvió a mirar. Ella seguía con su plato. –“¿El plato es más importante que yo, mierda?, gritó mientras dio un puñetazo a la mesa que sacudió hacia arriba todo lo que estaba apoyado para volver a caer pero no en su lugar. Dijo “las cosas tienen más vida que vos en esta casa. Seguís sin mirar. Sin ver. Sin atreverte a ver. Sin sentir, porque se ve, sintiendo Olivia, sin-tien-do”. Se incorporó un poco para alcanzar la cuchilla que cortó la carne. La carne que estaba tratando de tragar a través de su garganta. A través de su garganta estrangulada. “Olivia, ¡mirame alguna vez!”. Apoyó el mango de la cuchilla en la punta de la mesa y esperó que ella levantara la vista. No lo hizo. Él gritó “Mirame”. Cuando ella levantó la vista, él se estaba clavando con notable decisión toda la vaina en la mitad del pecho, hasta que el mango dijo basta. Cayó de costado. Se cayó la silla y quedó boca arriba. Exhaló.
Cuando llegaron los vecinos, ella estaba arrodillada al lado de él.
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Sin ver.
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3 comentarios:
Aguante Clive Barker
Uh...es un honor el que me hacés.
Ésto de comparar el estilo de este cuento a los de Barker, es de una inusitada gentileza.
Un abrazo!
"It takes the full energies of your mind to reach through one step to another. Your whole mind must be engaged in a particular state of thought, and you realizes that this mental arrangement is the same as the author’s at the moment of writing" julian assange
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