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26 de septiembre de 2010

ahora




“yo he tenido su último amor vivo” – “La Náusea”- Sartre


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Siempre leí el final de todos los libros antes de comenzarlos ¿Te acordás? ¡Qué costumbre la mía de anticiparme a las sensaciones! Y vos siempre me reprochabas que no tenía sentido, porque tampoco iba a entender el desenlace. Y había razón en tus palabras. Pero era más fuerte que yo; una forma de ganarle al tiempo, ya que mientras otros se entretenían con los prefacios, yo ya había burlado el destino de página tras página aunque sea por un rato, aunque después comenzara por la portada. Ver asentado en el borde derecho, allá arriba un número de tres cifras era un gran desafío al cotidiano vivir. Ya se que decías que era una tontería, que nadie puede anticiparse a nada, pero yo me estaba anticipando ¿O no? Nunca me contestaste, igual que ahora que te mantenés callada. No importa. Se que no vas a cambiar de idea y yo tampoco, pero estamos juntos y por toda la eternidad. Qué bien que suena “eternidad”, que bien que se siente que desde ahora nada nos va a separar aunque seamos tan diferentes, aunque nos hayamos peleado mucho, aunque nos hayamos engañado hasta el cansancio. Yo te prometo que calentaré tus pies con mis masajes, hamacaré ese sillón en el que estás sentada, leeré en voz alta lo que quieras sin jugarte la mala pasada de inventar la trama de algunas páginas o saltearme párrafos: Eso me encantaba y vos no entendías que sostenerte de una ficción creada por mí, aunque no haya sido importante para la trama verdadera, me hacía verte indefensa y con tu destino en mis manos, bah, el destino de lectora aunque sea. Te pido que me mires, que abras los ojos, que me creas. Está acostado bajo tus pies Jack, por lo menos acaricialo. Extrañó mucho y lloraba cada noche detrás de la puerta. Te prometo desandar muchos caminos truncos y escucharte, entender tus sueños y no reírme de tus “basta Juan”. Al contrario, se que no lo vas a decir nunca más. Te voy a abrigar y a cantar y vos te sorprenderás tanto que entenderás porqué te exhumé.

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Pintura: "Mujer Sentada" -Joan Miró
Música: "Y el amor"-Serrat

 
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19 de septiembre de 2010

flores

Imagen: Ricardo Carpani
Música: Manu Chao-"Mundoreves"



“…es posible que hayan extraviado la brújula

y hoy vaguen preguntando preguntando

dónde carajo queda el buen amor

porque vienen del odio” M.B.

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-Esto de no saber dónde poner una flor, debe ser espantoso, dijo Marta mientras miraba el noticiero de la noche.

- Calláte mujer, ya no sabés qué decís, la interrumpió Vicente.

La noche era promisoria en desencantos callados, pero presentes. Marta sabía que su marido estaba en riesgo de ser detenido por delitos diversos, espeluznantes y de inocencia improbable. Vicente la miraba de soslayo. Sabía que, desde que Marta se enteró de todo, tarde, siempre tarde, como cuando quedó embarazada, no compartía la justificación a todo el dolor rojo que tiñó su país por años.

-¿Y si los que están desaparecidos, aparecieran y los que están vivos hubieran sido ejecutados, creés que estaríamos peor?, preguntó ella.

- ¡Seguro! Yo estaría muerto y no se de que vivirías vos que nunca supiste hacer un carajo. Así que no revuelvas más y dejame de joder que cuando puse las manos en la masa, no dijiste nada, gritó el hombre de la casa.

- Es que no sabía, pero ahora que lo se, me preocupan esas flores que andan por el aire buscando donde quedarse. No me digas que no saber donde están los hijos, es poder vivir. Por favor, el que te tenés que callar la boca sos vos, le dijo ella acusándolo con el dedo.

- ¡Qué te pasa mujer con el fetichismo de los cuerpos y las flores!. Lo que no está, dejó de ser y ni un muerto puede alentar desde la oscuridad nada, por suerte.

Marta se levantó para preparar la cena como todos los días de todos los años largos. Pero antes se dispuso ir hacia su habitación. Sabía que él guardaba un arma en la parte superior del placard y quiso –por simple curiosidad- mirarla. Tal vez sólo buscaba adivinar cuántos disparos partieron de su espíritu de metal. La acarició, la cambió de mano y hasta miró por su orificio de salida. Y pensó en las flores que se habían marchitado en el mientras tanto, por no haber tenido una tumba donde recostar su color, de manos de cada uno de los parientes y amigos.

Vicente desde el comedor la maldijo muy por lo bajo. Su mujer se había transformado en una enemiga, solapada pero convencida y eso debía terminar cuanto antes.

Marta volvió al comedor con el arma.

- ¿Qué hacés con eso boluda? Dámela que está cargada, a ver si se te escapa un tiro imbécil, dijo él en un estado de exaltación que se parecía al miedo.

Marta disparó. Lo hirió y lo remató en el suelo. Vicente murió al tercer disparo, mientras la publicidad televisiva hablaba de los encantos de las tarjetas de crédito.

Ella soltó el arma al lado del cuerpo de él y salió al jardín. La noche era tan apacible que miró un cielo estrellado olvidándose por un segundo de lo que la esperaba adentro.

Se acercó a uno de los canteros y cortó una flor.

Entró, se arrodilló al lado del cadáver y puso sobre el pecho de él, el crisantemo.

-Ahora sí, por lo menos, hay una flor que sabe a quien acompañar, aunque no te la merezcas, dijo en voz alta y se largó a llorar.
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12 de septiembre de 2010

lazos

Pintura: Albert Cruells
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Delia estaba sentada en la punta de la silla y sus codos apoyados en el borde la mesa. Él estaba oblicuamente sentado en otra silla, en la otra punta, con la que se hamacaba. Sabía Horacio que esa mujer estaba a punto de vociferar por puro aburrimiento y él tenía que tragarse, como siempre, los insultos más feroces, agudos y altisonantes, sin razones. - ¿Salís con esa putita de la esquina, no?, dijo Delia clavándole el primer aguijón. -No, contestó Horacio. - ¡No me mienta más!, gritó, mientras daba un puñetazo sobre la mesa. -Te dije que no y vos sabés que si pudiera lo haría. Las miradas contaban sus pasados en donde se dejaba entrever las tristezas unívocas e intransferibles de los dos. Afuera el viento zumbaba como un río y se desgranaban las horas del martirio. - No tolero más que me descuides, ya no. Y es por eso que te exijo que me ames. Yo necesito tu amor y no un día, sino todos. Desaparecés y ¿ves? Lo hacés a propósito para que yo termine gritándote y odiándote desde el fondo de mi corazón. Quisiera saber que hice que no te gustó, para poder defenderme de tu ingratitud, pero como sos un monstruo, no vas a articular ninguna palabra por soberbia y ¡dejá de mirame así!. - ¿Cómo te miro?, preguntó Horacio. - Así, con los ojos vacíos, dijo Delia. -Ah, contestó Horacio, ni idea tengo de cómo te observo. - Callate un poco si vas a seguir diciendo boludeces. - Bueno. -No puedo vivir así, ya me cansé de amarte, así que antes de que me abandones, te echo yo. Llevate tus cosas y andate a la mierda. Horacio se levantó de la silla, fue hacia el dormitorio y comenzó a llenar su bolso con algunas pertenencias mientras Delia lo seguía como gata en celo. - ¿Sabés qué? Por mí podés morirte que no derramaré una sola lágrima. Él se encaminó hacia el pasillo, abrió la puerta mientras Delia lo puteaba a más no poder. Sabía que todo estaba acabado y no le molestaba. Cruzó el dintel de la puerta y puso sus pies en la acera. Seguían más gritos. La cerró rápidamente, no sea cosa de que Delia se arrepienta al instante. Ganó la calle y dobló en la esquina. Allí, fuera de ese encierro, comprendió que su madre al fin le había otorgado la libertad.
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5 de septiembre de 2010

poetisa

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Apareció entre las sombras. Se sumó a las otras que deambulaban espectralmente. Olga y Julio acarician una fecha: 1936. Llueve tras sus aleros de barro. Sus ojos lloran la lejanía de sus amores y de sus desgarros. Angustia más angustia más angustia, murmuran sus recuerdos. La sombra abandonada, huérfana e inadaptada la encuentra en la frágil acera con charcos en blanco y negro. El número 1955 y aún no tiene conciencia de la total impotencia del hombre. Los carteles de la bohemia desfigurada la yerguen en estampida ausente que busca, inagotablemente, la otra leyenda que pisa sus pasos para desterrar una niñez de su pantano de miedos. Murmuran entre bambalinas algunos rostros sobre un libro que la atraganta. Ella llora sobre hojas vacías. Ella abre sus brazos de plumas mientras miles de llantos la protegen de su propia cárcel que se desvanece en medio del canto 1972. Ella recuerda sus cuadernos con los que jugaba a la muchacha que incendia la noche mientras que una luciérnaga se suicida con una espada de papel. Un viento me acerca a un canto demencial de pájaros incendiados, y la veo bosquejada en busca del tiempo perdido. Proust en la esquina vertical que separa la admiración de la risa y la ingenuidad de lo macabro de que esté todo escrito. Se sienta y lleva en su regazo los Diarios anotados de Kafka. Me inclino y me susurra que meditó la posibilidad de enloquecer. Se agiganta sin pies de barro, abroquelándose en la piedra para sostener su reflujo de inmaterialidad. Se aleja y derrumba la tierra abrazando su lápida buscada a conciencia. Tomo su mano para sostenerla entre oscuridades y no dejarla ir. Intuyo que la conozco, que viví sobre sus letras, que el mosto de su dolor me es familiar. Me mira su boceto… "soy Alejandra, soy Pizarnik"
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