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23 de noviembre de 2011

Él y ellas



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Él era un hombre que se levantaba todas las mañanas entre sueños, des-tiempos y añoranzas. Era notablemente cumplidor con sus obligaciones como si fuera parte del sentido de la vida. No sabía que su propio cuerpo, sus movimientos, sus pensamientos y sus sentimientos, eran su totalidad y, que lo demás, contingente a cada mañana, a cada rumbo, a cada estela perdida. Después de hacer mecánicamente todo lo que estipulaba como indispensable antes de salir, partía a enseñar algo que a los demás los deje volar tras una ilusión. Él sabía que esa era la manera más clara de ayudar a los olvidados de siempre y por todos.


Fue en dirección del Braulio Moyano para consolar a un grupo de mujeres que lo esperaban ansiosas. Amaban su cadencia y le agradecían desde sus ojos, ese tiempo sin tiempo que transcurría entre aprendizajes, los que sean. Él les traía las voces de afuera, todas en su voz. Él le dibujaba entre sonrisas los aromas del otro lado. Él sumergía sus ansias en las de ellas y ellas, sabían que era un hombre milagroso que venía a rescatarlas de tanta infamia, de tanta carencia, de tanto dolor. Terminada la clase, él se dirigía al bar a tomar un café y algunas de ellas lo seguían para poder perpetuar un poco más esa magia de su presencia. Estaban excitadas por lo contentas y se sentaban alrededor de él, mirándolo fijo, entre seriedad y risitas cómplices que él amaba tanto. Todas en un acto reflejo miraban la estantería de tortas que se ofrecían, algunas impávidas y otras refulgentes. Pero como en la vida, más de una vez lo refulgente carece de materia y en este caso, a las claras, carecían de un supuesto rico sabor. Pero eran muy coloridas, muy llamativas como un bello hombre o una bella mujer y eso las atraía aún más. Él les ofrecía que elijan y ellas sin dubitación alguna, señalaban las que reinaban por los matices de colores. Él pedía una porción para cada una y ellas dentro de todo su dolor, palpitaban ese trozo de torta seca, insípida, añeja, revolviendo en los huecos de esos sueños que no fueron, en la infancia lejana a todo festejo. Y era así, cada bocado era una torta de cumpleaños que olvidaron desde siempre, porque nunca nadie rescató con felicidad el día de sus nacimientos. Él sí, el sabía que ese era el significado entre risas y miradas profundas y se sentía complacido mientras afuera los árboles tumbaban sus verdes acariciando el viento. 
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27 de octubre de 2011

la victoria del río

             

Por Tato Contissa

 
El río tiene, con ser muchos, todos los colores necesarios. Se mueve entre extrañas alegrías, pesares a la altura de los ojos y canciones flameando de banderas.

... La muerte, en tanto, tiembla en el cajón cerrado. Sabe, porque ya ha sido mil veces derrotada, que esa multitud viene a vencerla y a quitarle esos despojos que apenas ha podido retener por unas horas.

No la consuela sentir la carne corromperse, porque esas voces le gritan al cuerpo y lo estremecen, infundiéndolo de gestos vívidos y de antiguos movimientos. Las manos hachando el aire, los ojos mirando unos metros por encima del cielo, las voces engarzadas en toda la música posible.

La muerte, esa allí apostada y toda la otra muerte que es la muerte misma, tiembla en el tremolar de esa carne vivada por las multitudes, porque la memoria de otros muertos vitoreados le advierten que está siendo acechada por la historia.

Esos que pasan a su vera, tan cerca de su ser inexorable, y tan alejados -sin embargo- de su garra, se parecen absolutamente a la continuidad humana de la historia.

La historia, una jurisdicción en la que la muerte no tiene derechos y sólo se limita a ser una nota de relato y el gesto pequeño de la vuelta de página.

Allí, en la historia que anda, la muerte no tiene facultades, es apenas una pobre carroñera llevándose jirones de nada a su guarida sin memoria.

El río no cesa, y hace pesar esa insistencia en la quejumbrosa osamenta de la parca. Ese muerto se prolongará en otras vidas en una sucesión que solivianta el sueño de la eternidad humana.

La trascendencia es la ensoñación de esos animales ingenuos que somos los hombres y las mujeres de la historia. Poseedores de un carácter común y un oído especial para las causas trascendentes, ese río se llama pueblo.

Hay más aguas nuevas en el curso de tanta agua, es mayoritariamente joven la Argentina del río.

Una mujer posa su mano sobre ese cauce dolorido una y otra vez. Se moja en ese amor y se unge. Se hace cargo del dolor ajeno con la sola autoridad de su dolor.

La muerte está sitiada, acorralada entre esa mujer y el río, apenas un corifeo miserable ensaya cocoritas desdeñosas desde algunas mezquinas pantallas muy alejadas de la plaza.

La muerte no consigue ayuda, ni aliados, ni custodios, ni nada. El portento del río y esa mujer son demasiado para su gris menester. Un alma más que se queda el río, piensa, un alma más para la historia, sabe.

Se aleja a sus otros trámites caminando hacia el otro río, disimulándose entre los transidos corazones que mojan las orillas de la plaza.

La noche llega para que sea más bella la luz reflejada en ese obstinado río de amor. Amanecerá, más seguramente que nunca.

Ahora llueve.

Llueve, llora, el cielo llueve, el pueblo llora. El que sabe llorar sabe limpiarse los ojos para ver mejor el futuro. El río ha ocupado el centro de la historia.
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23 de septiembre de 2011

decir

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Dije que iba a volver cuando cambie mi foto del portaretrato. Dije también que tu sombra perdura en esa cama, que tu ternura aún anda a hurtadillas y que el agua para el te está justa en su graduación. Dije también que me acompañó un frío inigualable, afuera, no por dentro y dije también que los trayectos son definitivos fuera de la distancia. También dije que aquí, en mi interior, la suavidad de mi sentimiento se asemeja a cualquier solo de violín. Dije que te llamaría a cambio de tu llamado. Miro por la ventana. Afuera se muestra hediondo y acá la paz subyace cualquier artificio. Alguien duerme cerquita, desplomado de risas, cantos y descubrimientos. Todavía añoro tu brazo sobre mi hombro como una enredadera. Dije que habría posible perennidad y asentiste. Me siento a pensar todo lo que no supe expresar. Abro la ventana y una flor arrebata mi aroma a mujer amada.
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(..)

9 de agosto de 2011

regreso


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Amanecía. La llanura despertaba del letargo nocturno con oleajes de viento y tierra que inundaban la alquería. Los perros, todos hambrientos se echaban bajo la futura sombra de una pobre arboleda. La sequía había hecho estragos. Ya ni siquiera se imaginaba el verde. El amarillo resplandecía socorronamente. Ella se levantó del catre despaciosamente. Recordó que tenía algo que hacer. Contempló por la abertura la carreta que la esperaba. Se despidió con una sola mirada a su choza y salió. Decididamente con pocos movimientos se subió al carro de ruedas rechinantes y caballo viejo. Castigó con bravura al desvencijado animal que a todo galope aumentaba la polvareda que ella tragaba en bocanadas interminables. El camino hacia el pueblo vecino era tan directo como su necesidad de llegada. La tristeza la invadía. Creía con convicción que no iba a disipar su angustia y soledad. Llegó al caserío. se bajó y se dirigió pausadamente hacia una puerta que golpeó sin disimulo. Antes que abrieran, ensanchó la cintura de su falda, desenvainó el facón que había descolgado de la pared y esperó. Preguntó desde el dintel a una mujer por Juan. -Entre, le espetó. Él estaba cerca del fogón, de pie y espectante. Ella se le acercó lo suficiente para hacer efectivas las dos puñaladas que le acertó, él no se había resistido. La última lo inundó del fluído granate con voluptuosidad. Con todas sus fuerzas retiró del medio del pecho el arma silenciosa, la limpió con suavidad y determinación. La acarició y la guardó entre sus prendas. Se cargó al hombro el muerto y ante la mirada hipnotizada de muchos, lo descargó brutalmente en el carromato. Se subió y al grito de ¡arre! retomó el regreso. La polvareda fue el telón que resguardaba su figura y su trayecto. Atardecía. Hacía poco que el último de sus hijos le preguntó - ¿Y papá cuándo vuelve?. -Pronto, muy pronto, le respondió.
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26 de julio de 2011

hoy

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Hoy fue un día casi inédito. Hoy volví a corroborar que, para algunos, las palabras no suelen sostenerse con los hechos. Hoy corroboré que si sigo entregando mi confianza así, porque sí, saldré muy dañada de esta vida. Hoy supe que hay límites que no deben cruzarse ni intentarlo. Hoy supe que tenía un amigo que no lo era. Hoy terminé con la tarea de ser sincera porque la oscuridad empaña. Hoy supe que puedo odiar. Hoy supe que no vale la pena. Mi desencanto abruma en la noche de hoy.

Hoy un hombre ha muerto en mi corazón.

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12 de julio de 2011

la carta


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Ella tenía los brazos cruzados mientras esperaba el tren. Le apetecía tomar alguna bebida que no estaba dentro de sus posibilidades. -No importa, se dijo para sí. Había conocido rostros que se convirtieron en lobos, esos lobos que nunca atacan pero sí vigilan. Tuvo la impresión de que habían querido desollarla y ella tuvo la suficiente lucidez de acecharlos mucho más, hasta que huyeron. No le gustaba que arremetieran sin su anuencia, pero era benefactora de una cordialidad que ocultaba la mayor de las astucias. Hacía calor y varios perros callejeros se acercaron para olfatearla, como los lobos que espantó, pero no le disgustó la idea de los canes a sus pies. Era el estival 7 de febrero de 1935. Sólo llevaba un recado a otra persona que vivía en un pueblo distante. El sol le quitó la imagen de los andenes. Su sombrero no alcanzó a resguardarla. Puso su mano horizontal sobre la frente y frunció el ceño. ¿Cuánto más debía esperar acicalada, sentada en la estación? ¿Qué contendría este sobre? Sus pocos años adolescentes la inquietaron y recordó lo que le habían dicho - Toma este sobre, pero que no te atrape la ansiedad. Hizo caso mientras daba vueltas ese envoltorio de papel de un lado al otro. Llegó el tren, se anunció como siempre y subió lentamente peldaño a peldaño hasta ubicarse comodamente. Llegó a destino. Se apeó arreglándose su pollera y rumbeó hacia la calle Rosa de los Alpes número trescientos cuarenta y nueve. Aplaudió insistentemente con sus manos frente a la puerta de entrada. No sabía quien la esperaba ni tampoco para qué tantas peripecias y en verano. En un momento, un hombre mayor y achacado por los años le preguntó que quería y ella, después de presentarse, le dijo cuál era el motivo de su visita. Le extendió el sobre. El anciano se lo arrebató y en el afán de descubrir lo que contenía, casi destruye el sobre y la nota incluída en él. -Espere señor, yo lo abro y se lo entrego para que lo lea. El anciano accedió. Ella despaciosamente buscó el contenido. Él le solicitó que se lo leyera. La nota estaba fechada ese mismo día y año y sólo contenía tres palabras manuscritas: "Es la hora". Las leyó en voz alta y el hombre lascerado de tristeza, se largó a llorar y cayó instantáneamente al piso. Había muerto.
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Ella tenía los brazos extendidos al lado de su cuerpo esperando el tren. Se prometió a si misma desoír a Lucifer otra vez.
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11 de julio de 2011

musas

Ellas han aparecido de la nada, silbando en mi oído y prometiendo hacerme compañía mientras las gamas de colores en las letras despiertan parcimoniosamente. Tenues atisbos de seda en sus cuerpos que bailan y ejecutan ternuras. Siento que vuelvo...

29 de mayo de 2011

sin


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Cuesta volver cuando el mundo está allá afuera, cuando todo lo que diga no deja de ser anecdótico y simple. Ayer pensaba que tengo poco por decir. La fuente inagotable tal vez se parezca a un aljibe seco y chirrioso. Y resulta que me envidio a mi misma por lo que escribí en otras épocas en donde armaba mundos que palpitaban en el medio del pecho. Es casi media noche de un Domingo frío que me señala otra semana de obligaciones y entuertos, de momentos felices y otros tal vez, no tanto. Pero esto que escribo es para no abandonar tantas letras surcadas y hermanadas por deseos, por historias inconclusas y otras irremediablemente olvidadas. Es posible que alguna vez dispare a la sien de cada uno que tiene la bonomía de leérme, para contar historias, para acariciar pensamientos, para abarcar algo de la vorágine del lenguaje, pero no es hoy. Definitivamente no es hoy.

Abrazos a todos mis amigos que saben de la brisa en vez del viento y del naufragio.
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9 de abril de 2011

inocente


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Enmarañado en su cotidianeidad. Lleva dentro de sus manos la fuente de toda inspiración quitada a los dioses y hace malabarismos dentro de sonidos y silencios. Es irrefutable su inmensa ternura. Son placenteros sus acentos de combate vital, ese tan cercano que roza el corazón. Vibran sus cuerdas de deseos como un violín, como una breve pero intensa sinfonía. Erdosain lo inspira vaya a saber dónde.

 
* “Puede ser que no aprendí a elegir en que planeta termine parado…”


Enmarañado ante el almizcle de soledades. Ese es su presente. Lo acompaña siempre una cola de cometa que irradia lo corto de toda noche y juega a las sombras cuando desaparecen. Su irreverencia ante lo injusto, esquina en cada vértice y en cada giro, como una danza sin crear, sin haber sido inventada.


* “Una señal que amplifica universos no muere en la resignación…”

 
Desbrozado. Ese será su destino, su posta, su designio.

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* “Hielo dentro” – A. M.

Música: “Afiches – Goyeneche”

25 de marzo de 2011

mundos


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Alejandro Dolina me enseñó (claro que él no tiene ni idea que lo ha hecho) la existencia de dos grandes mundos que cohabitan sin atropellarse pese a su antagonismo. Siempre habló de los hombres sensibles que habitan el barrio de Flores, y yo creo que ese terruño es todos los terruños en donde las personas nacen, respiran y sueñan inacabablemente. Pero así como hay medicinas almísticas inventadas ante tanta crueldad diaria, los refutadotes de leyendas nacieron para opacar los deseos y la alegría amenazando siempre desde la oscuridad de su pragmatismo vulgar, con desmoronar el encantamiento que producen los sueños que deseamos encontrar y que se encuentran por la simple necesidad permanente de vendernos vidas mejores. En mi existir he vendido y he comprado otros mundos cantados al oído de quien quiera escucharme y escuchar, con la sola condición de que me crean sin ningún atisbo de duda, como lo suelo hacer yo; porque los hombres sensibles suelen venderse ilusiones para compartir, para continuar con enormes ganas, pese a que los refutadores de leyendas imprimen en los diarios de todos los días, la tertulia de cualquier desgracia por nimia que sea. Lo que no saben, por suerte, es que los hombres y mujeres sensibles, nacen y mueren en la misma noche, reinventándose siempre y bajo el mismo lema: la no contradicción de las luchas improbables, esas que al caer el sol, encienden las luces del alma y mediando una complicidad mentida, entregan el placer de los versos, de las risas, de la locura. Ningún refutador de leyendas puede acercar ni su aliento, a las madrugadas que se visten de quimeras y de encantamiento Y así, noche a noche, las razones de la sola razón de estar vivo, los une, los confraterniza y les miente fatalmente, los hermana y los hace elegirse más allá de las muchas o pocas huellas que dejan – mutuamente- en sus corazones.
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(No es posible respirar sin que el alma del otro sea sensible, sea sincera y hasta eternamente entrañable).
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Pero, cuando nace el día en el que anochece lo que inventaron de ellos, hacen de cuenta, ante los benditos refutadores que intentan quitarles identidad, que nada es cierto, que fue un sueño nada más y parten los hombres sensibles a tratar de caminar por las aceras, igual que el resto, para guardar sus secretos de cantares y promesas.

Sólo hay una condición que se establece sin decirla entre los hombres sensibles: Que siempre lo serán y nunca-nunca-pero-nunca, dejarán mansillar su honor de encantadores. Los hombres sensibles lo deben ser siempre, y nunca decir palabras de mediodía. Eso sí sería lo imperdonable.
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15 de marzo de 2011

trampa


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M. mira mi boca entreabierta. Le devuelvo mi vista a sus ojos. No hace falta hablar ante un cielo glorioso y un sol más que apetecible, pero se que le ronda una profunda indignación y algún –montón – de miedo. F. corre a sus brazos para tocar, así, abruptamente lo que tiene casi vedado: La guitarra. M. se ríe y lo besa y lo acaricia y lo vuelve a besar mientras se enmaraña en sus brazos. Detrás de ellos un mundo indescifrable en donde algunos se arman hasta los dientes para vencer en todo, a costa de detonar nuestro hogar. Revuelvo en mi memoria para detener este momento de placidez dentro de otros de intensidad. Los diarios panfletarios agregan o quitan. Quién lo sabe. Los países más poderosos de la tierra corren en auxilio de un amigo nuclear para que no se desbarate algún futuro plan y atan con alambre los rasgos de una inminente tragedia. M. me abraza en silencio y comienza a cantar “…no mires por favor y no prendas la luz, la imagen te desfiguró…” y el silencio se apoderó de nuestros pensamientos. Cae la noche en un barrio de Buenos Aires. El alumbrado se enciende, mientras acá adentro sellamos con pertinaz obstinación la delicia de los deseos, de la ternura y de los cuentos de había una vez.
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Música: Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota - "JiJiJi"
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11 de marzo de 2011

encastre


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“Miá mamá” me dijo mi hijo frente al televisor que mostraba el azote del océano en Japón. Me acerqué a él para distraerlo, le conté que el mar vuela como lo vio este verano en la playa y sigilosamente obturé el botón de apagado y me puse a jugar con él en el piso. Ay mundo querido ¡Cómo te están doliendo los hedores humanos! Me asusta que vociferes así, que tu queja nos ensordezca hasta el desmayo y la muerte y que no sepamos -por tarde- el exacto origen de la primigenia furia. “Ete va acá”, -Si, le dije con alegría y aplaudí su inteligente encastre. El se rió mucho, de placer. Su entusiasmo era el dínamo en reversa de tanto espanto en una sola jornada. Los colores de las piezas eran tan vibrantes como mi alerta y mi angustia. Hace un tiempo, mundo querido, le dimos nombre a esas marejadas producto de tus terremotos ¿Está bien que los denominemos tsunamis? Me confundo y no se que piezas faltan para terminar con este horroroso juego de no saber en qué te convertirás. “Acá”, -¡Si!, le dije nuevamente porque su dicha era el reverso de mi tristeza. Habíamos terminado con todas las piezas en el lugar indicado y ¿Sabés mundo? Sólo atiné a besarlo, traerlo a mis brazos y enroscarlo con mis extremidades para que ni un poco de aire nos separe, porque si por mí fuera te prometería que aún estamos a tiempo para que sea posible convivir sobre tu lecho redondo, versátil y amorosamente templado.
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2 de marzo de 2011

música


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Desde el alba él sobrevoló con pentagramas mi anatomía. Acarició mis curvas y dejó secuelas de corcheas para que se graben a fuego en mi cuerpo. Yo sonreía. Recogió mi cabello en lo alto de mi cabeza y la clave de sol la hizo descansar en mi cuello. Veía el amanecer de todo como si fuera la primera vez, como si desde allí me alejara de todo precipicio, esos que, -a veces- me asolan en la soledad de las noches asoladas. Sus dedos se pintaron de negros y sus caricias entonaban notas. Y yo, erguida sobre un taburete, comencé a despojarme de mi ser, a desdibujarme, a partir hacia un camino inverso. – La música deja sin cuerpo, balbuceaste, y tu creación fue la que me llevó a un viaje eterno, sin posible regreso y sin melancolías. Me habías convertido en una melodía.  En el taburete las marcas de mis pies sudorosos fueron la fiel verdad de mi adiós.
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20 de febrero de 2011

hombre

Un hombre se enamoró perdidamente de una mujer que expandía su belleza desde una fotografía. Esa misma, que, como imagen, se exhibe en el banner de este blog. La persiguió en toda su extensión, sonrió al verla con su sexo y sus senos al desnudo, abrigando otras zonas que para nuestra cultura de occidente pueden andar despojadas de lienzos. Volvía día tras día a observarla, a mirar dentro de su pecho la franqueza de no estar endemoniada. Pero no pudo conseguirla a su lado. No sabía quien era. Sólo su cuerpo estático de grises, era lo que lo consumía y fue por esa misma razón que para tenerla mucho más cerca, adoptó la misma pose, y se hizo fotografiar para lucir, alguna vez, al lado suyo en alguna exposición de elegidos. Sólo que olvidó los grises y no escatimó en señales de vicios. Quiso poseerla en algo y tal vez lo logró.

Ustedes dirán.


"Tomando sol en la Terraza"- Marcos López

Un aporte de mi amigo Felis Nasal

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10 de febrero de 2011

noches


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¿Y dónde se encuentra la noche que traza un manto negro perceptible y final sin conmoverse de los que la cruzamos?

La luz no puede perforar ese jubón de terciopelo. Vamos andando mientras se descuelgan tapices de todas las horas y todas las estaciones, para entrar a jugar malabares juiciosos.

(Y es allí donde la vida cuece en una enorme olla todo lo que se nos escatima)

Se revuelve nuestro universo

Este mundo da pasos de baile mientras se divierte en mostrar la cara oculta a la luna. Caen los telones nocturnos y en sus caprichos nos alcanza en bandeja el tiempo que nos queda a cada uno. Vamos siempre en procesión, extenuados, precipitados, esperanzados, adoleciendo, prometiéndonos nacer novos: Pero no podemos.

Y cuando cruzamos conmovidos por el final perceptible del negro manto ¿Dónde nos encontramos?

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24 de enero de 2011

paréntesis


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Estoy lejos de mi mundo. Estoy entre olas y arena. Estoy asumiendo que hay maneras excelentes de estar en estos días. Estoy menos aleatoria, más predecible, más ¿madura?. Aunque busco las mismas ternuras, las mismas ilusiones, los mismos sueños y la inalcanzable luna que se atreve a amarnos a todos. Mientras tanto, en mi ausencia, deslizo una frase de Bolaño, el escritor que se convirtió en mi actual amante literario y les deseo beneplácitos, amores a hurtadillas, risas prohibidas y miradas más lejanas que el mismo horizonte.
Hasta la vuelta.
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"De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo no quiera aguantar más"
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16 de enero de 2011

sueño


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denis nuñez rodriguez
pintor cubano.

No me convence mucho escribir mientras tengo esbozos de sueño porque suelo procesar con menos criterio (¿Qué es criterio?) todo lo que quiero decir. Me vuelvo más pragmática, aferrada al piso y con movimientos torpes y pensamientos en cámara lenta que sólo se circunscriben a tareas cotidianas y a duras penas. Pero en un resquicio del cerebro hierven las plusvalías de lo que aún espero en ganancias afectivas. Siempre aúllo por más, nunca por menos y en la diatriba de un Domingo de sol y caluroso de un Enero nuevo que estrena año, prometo y prometo que lo que escriba ahora, tendrá un sincero fluir. La vecina canta la dicha de estar viva y medito que eso debería estar haciendo yo. Eso y mucho más que se asemeje a una caja de buenos augurios y risas. Pero tengo sueño y todavía la realidad escatima mis deseos de sueños dentro de otros sueños, y estos últimos no han aparecido en la comisura de mis ojos. El sol se empecina en acercarme su calor, pero mis ojos están a media asta. Hay otros placebos para mi vida onírica, pero sólo el reloj y su marcha despabilan las ideas. Y mientras tanto acecho desde alguna sombra. Es que es desde allí que distingo lo posible de lo ineluctable.
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7 de enero de 2011

incipiente

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Suele bajarse de la cuna de la misma manera que los cowboys del lejano oeste se apeaban del caballo, y viene sigilosamente a mi cuarto, al lado de mi cama. Apoya su mano derecha en mi mejilla y me acaricia fuerte para que me despierte. Me da un beso con la boca abierta y pasa su lengua por mi rostro e instintivamente lo beso dormida y lo acuesto en el medio de la cama. Me mira con sus ojos inspiradores de todas las ternuras del mundo y voy a calentarle la mamadera, mientras le acaricia la espalda a su padre y lo llama insistentemente para que se despierte, hasta que lo logra y es allí donde se sonríe cuando escucha de esa voz masculina “Hola campeón”. Es así: Entre nosotros no hacen falta palabras. Los dos sabemos que nada es más importante que uno con el otro, y el otro con uno. Empezó a tararear canciones antes que a hablar. Ahora canta en su dialecto que yo me atrevo a traducir. Anda por la vida pisando fuerte y apostando a eso que aún no conoce y que vuela a su alrededor, y son los sueños que lo corroen y lo desvelan. Su conejo de peluche casi no tiene orejas porque sus dientes nacieron a esos efectos, a esos fines, a esos resultados de morder para conocer. Y alza los brazos para alcanzar las nubes desde los hombros de su padre. Sus manos se estiran y hay carcajadas constantes porque le gusta el vuelo rasante de las palomas. Vigila, observa, nada es posible sin su libertad. Él sucumbe a sus pies descalzos y a la ausencia de remeras. Corre y se esconde en alguna esquina de la casa. Espía y lleva en su cabeza alas que yo veo, que yo percibo, que yo le anuncio, y él sube sus brazos para tocarse el cabello y decirme que no están, abriendo las palmas hacia fuera y levantando los hombros. Sabe todos los interrogantes porque no hay respuestas a esta gloria de vivir y crecer. Y va atrás de mis pasos como un apéndice de dicha que se me descolgó. Me abraza las piernas y pide que lo alce. Y desde mis brazos, pegado a la ventana, suspira vientos con aroma a magnolias que, seguramente, han venido a coronarlo.  
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2 de enero de 2011

sobrevivir


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Las manos sostenían el tazón con caldo caliente. Hacía frío allí en el sur de todos los sures y ella lo había preparado para su madre que no sentía sus piernas. Estaba amorosamente apoltronada en su cama entre almohadas y abrigada como pocas veces lo había estado. Su hija no tenía la misma posibilidad. Debía cuidarla, esa era la cultura familiar de que debía sobrevivir el que menos oportunidades tenía y ella cumplía con esos mandatos. Se llamaba Angélica. Su pelo acariciaba apenas sus hombros blancos de tan poco aire y sol. Sus pies estaban amoratados porque calzaba sandalias. Le extendió a su madre, temblando, el tazón y ella le agradeció con un mohín que semejaba  una pequeña sonrisa. Los vidrios de la ventana estaban empañados de sus propias exhalaciones. Angélica limpió con la yema de su dedo mayor, en forma de círculo, una diminuta parcela del mismo para ver hacia fuera el viento y la noche. Se detuvo en la cara de su madre que exudaba por el calor del caldo.
Ojalá no se lo tome todo, pensó, deseó y necesitó. Tenía hambre de días y noches que no recordaba, pero un mareo la hizo sucumbir sobre la falda de su madre que corrió el tazón para que no se derramara el contenido. Lo apoyó en el piso, al lado de la cama y comenzó a acariciar a su hija y a tararearle una canción. La miró y lloró. Angélica acababa de expirar todos los deseos de una felicidad intangible. Su madre vociferó a los cielos mientras la hamacaba. El líquido del tazón dejó de humear. Afuera auyó el lamento de un gélido lobo en son de rezo.
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