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26 de julio de 2011

hoy

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Hoy fue un día casi inédito. Hoy volví a corroborar que, para algunos, las palabras no suelen sostenerse con los hechos. Hoy corroboré que si sigo entregando mi confianza así, porque sí, saldré muy dañada de esta vida. Hoy supe que hay límites que no deben cruzarse ni intentarlo. Hoy supe que tenía un amigo que no lo era. Hoy terminé con la tarea de ser sincera porque la oscuridad empaña. Hoy supe que puedo odiar. Hoy supe que no vale la pena. Mi desencanto abruma en la noche de hoy.

Hoy un hombre ha muerto en mi corazón.

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12 de julio de 2011

la carta


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Ella tenía los brazos cruzados mientras esperaba el tren. Le apetecía tomar alguna bebida que no estaba dentro de sus posibilidades. -No importa, se dijo para sí. Había conocido rostros que se convirtieron en lobos, esos lobos que nunca atacan pero sí vigilan. Tuvo la impresión de que habían querido desollarla y ella tuvo la suficiente lucidez de acecharlos mucho más, hasta que huyeron. No le gustaba que arremetieran sin su anuencia, pero era benefactora de una cordialidad que ocultaba la mayor de las astucias. Hacía calor y varios perros callejeros se acercaron para olfatearla, como los lobos que espantó, pero no le disgustó la idea de los canes a sus pies. Era el estival 7 de febrero de 1935. Sólo llevaba un recado a otra persona que vivía en un pueblo distante. El sol le quitó la imagen de los andenes. Su sombrero no alcanzó a resguardarla. Puso su mano horizontal sobre la frente y frunció el ceño. ¿Cuánto más debía esperar acicalada, sentada en la estación? ¿Qué contendría este sobre? Sus pocos años adolescentes la inquietaron y recordó lo que le habían dicho - Toma este sobre, pero que no te atrape la ansiedad. Hizo caso mientras daba vueltas ese envoltorio de papel de un lado al otro. Llegó el tren, se anunció como siempre y subió lentamente peldaño a peldaño hasta ubicarse comodamente. Llegó a destino. Se apeó arreglándose su pollera y rumbeó hacia la calle Rosa de los Alpes número trescientos cuarenta y nueve. Aplaudió insistentemente con sus manos frente a la puerta de entrada. No sabía quien la esperaba ni tampoco para qué tantas peripecias y en verano. En un momento, un hombre mayor y achacado por los años le preguntó que quería y ella, después de presentarse, le dijo cuál era el motivo de su visita. Le extendió el sobre. El anciano se lo arrebató y en el afán de descubrir lo que contenía, casi destruye el sobre y la nota incluída en él. -Espere señor, yo lo abro y se lo entrego para que lo lea. El anciano accedió. Ella despaciosamente buscó el contenido. Él le solicitó que se lo leyera. La nota estaba fechada ese mismo día y año y sólo contenía tres palabras manuscritas: "Es la hora". Las leyó en voz alta y el hombre lascerado de tristeza, se largó a llorar y cayó instantáneamente al piso. Había muerto.
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Ella tenía los brazos extendidos al lado de su cuerpo esperando el tren. Se prometió a si misma desoír a Lucifer otra vez.
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11 de julio de 2011

musas

Ellas han aparecido de la nada, silbando en mi oído y prometiendo hacerme compañía mientras las gamas de colores en las letras despiertan parcimoniosamente. Tenues atisbos de seda en sus cuerpos que bailan y ejecutan ternuras. Siento que vuelvo...