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30 de noviembre de 2010

aquí


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Respiro profundamente y ni un hálito de ahogo me alcanza. Tengo en mi pelo flores asignadas por cada cosa que pude haber hecho bien y cuervos desde las antípodas, que se van alejando en este instante nocturno y eso lo hace placentero. Llevo en mis dedos notas musicales que fabrican melodías. Mis ojos son sin tiempo: Regresaron a un pasado de felicidad incondicional desde la simple inocencia. Creo que supe amar. Creo que me han amado, pero ahora reforzada en los pasos nuevos, me balanceo entre certezas y dudas, entre incógnitas y afirmaciones. Río dentro de cualquier cauce mientras el viento acerca mariposas a mi cuerpo. Mis brazos aletean el juego de volar. Mi frente hospeda amnesias selectivas. Desde mi aliento presiento que la tutela de la alegría vino para quedarse un rato y esparcir elixires dulces y procaces a la vez. La ventana se abre al exterior para aplaudir lentamente mi regreso al mundo de los soñadores y utópicos. Tal vez sea bienaventurado guardar en un cofre todo lo dicho, lo callado, lo doloroso mientras espero la mañana del mañana.  
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10 de noviembre de 2010

adiós


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Me parece que voy a desaparecer un tiempo sin tiempo. En este último mes y parte del anterior, no he tenido buenas experiencias en la llamada  "comunidad blogosfera". He conocido lugares y escritos magníficos que me han modificado provenientes de personas excelentes. He paseado por lugares intrascendentes. Pero me he encontrado con algunos autores cuyos fines no eran los literarios, precisamente. Por eso, porque sólo quería (y quiero) publicar mis pensamientos, es que tomo distancia de los que se escudan detrás de algunas letras para fines específicos, pero opuestos a los míos. Los demás, los que siempre  me han acompañado, a ellos les agradezco. Por lo pronto, no figura más mi dirección de correo electrónico ni mi foto. Y seguiré pergeniando mundos para los que siempre supieron separar la paja del trigo.
Hasta siempre. 
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8 de noviembre de 2010

sorpresa

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Anochecía en la cuadra. Se prendían los farolitos de mala muerte en la mitad de la calle. El Negro y Biro estaban chupando una ginebra caliente como el meo, mientras observaban los movimientos del negocio de la esquina. –Che Biro, me parece que tiene toda la guita de las joyas en el sótano este hijoderemilputas. Sí ya se, contestó Biro con fastidio. Estaban ahí para hacerlo boleta y llevarse todo lo que tenía guardado. –Pero esperá tranca, che, que se va a dar cuenta, dijo Biro. Ahora, antes de que cierre, nos acercamos por atrás de él. El Negro asintió con la cabeza.-Pero mirá que tiene que ser gil, éste ¿eh?, poner una joyería del orto en este barrio del orto, pensó en voz alta el Negro mientras con su mano marcaba la vereda con una rama seca. –No te calentés, va a salir bien. ¿Le hablaste al gringo por la mercadería?, lo apabulló el Biro, y el Negro le dijo que todo lo que de él dependía estaba en orden. Eran las siete y media y el dueño de ese tugurio afilado, comenzaba a cerrar. Eso veían ellos. Había que actuar antes de que baje las persianas. Se pusieron de pie y avanzaron en diagonal, rápido, con la vista gacha y casi, imperturbables. Cuando el quía estaba por bajar la persiana, lo encañonaron y lo hicieron entrar.- ¿Qué pasa che? ¿Yo qué les hice?. Callate dijo el Negro, -¿Dónde tenés esas piedras del afano anterior?. -¿Qué piedras?. -Esas que no compartiste con nosotros, mierda, dijo Biro.- Acá no las tengo, están abajo, en el sótano, en una caja fuerte. Se rieron sin disimulo por la inocencia del imbécil y, revoleando el arma, lo hicieron bajar llevándose todos los peldaños encima, cayendo como una bolsa de papas en el subsuelo. –Despertate che, decinos dónde están, vociferó el Negro, mientras el traidor, marcó una esquina lúgubre del cuadrilátero. Biro salió a los pedos hacia ese lugar, mientras el Negro apuntaba al viejo que estaba sentado en el suelo. De atrás de una cortina de hule, salió al cruce doña Matilde y los dos, el Negro y Biro, le dijeron- ¿Qué hacés acá mamá? – O se van o los liquido a los dos, dejen a Omar tranquilo.Pero nos cagó vieja, se quedó con nuestra parte. –No importa, se van y no quiero verlos más merodeando por la zona. Le hicieron caso, subieron la escalera y cayeron de a uno. Matilde aún temblaba con el arma en las manos. Omar, subió rápido, sacándose de encima los cuerpos de esos imbéciles, trabó la puerta del sótano y llamó a la policía. Todavía se escuchan los llantos de Matilde tras las rejas.
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3 de noviembre de 2010

mañana


Todo aquél que tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo.

Nietzsche
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