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29 de agosto de 2010

ella

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Se despertó ante el amanecer. Resopló la bronca y –aún- se alegró de estar viva. Nunca supuso que estos últimos meses la debatirían entre sus deseos y sus acechanzas. Tiró de la sábana ennegrecida de tantos cuerpos que alquilaban su cama y su alma, y se fue a preparar un brebaje que sonara a desayuno. Se abrigó mientras el último usufructuador yacía en el lecho. No quería echarlo porque sabía que podía enfurecerse, pero estar a merced de sus antojos, le daba miedo. -¿Qué hacer? dijo por lo bajo. –Nada, se respondió. Sólo la espera de que el cansancio del durmiente la salvara un poco de tanta obligación copular. Siempre era el último y el peor, no sabiendo ella si por su cansancio, ser el último lo convertía en una suerte de alimaña. No importaba, quería alivianar el yugo acabando con él y quizás con los demás, de a turnos. Buscó la tijera. La abrió y cerró varias veces escuchando el rechinar de sus óxidos y se prometió lavar la sangre con mucho esmero. Lo llamó para despertarlo, insistió hasta que abrió los ojos. Le clavó el andamiaje plateado en la garganta y le dijo: “ se acabó” mientras de ahogaban entre chorros del líquido rojo. Obitó o quedó inconsciente por un rato. Ella gemía de placer. Fue el primer orgasmo después de mucho tiempo.
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21 de agosto de 2010

somos

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A veces no llega la inspiración. El otro lado del cristal recibe nuestra mirada vacía. Nuestra existencia tiene de común algún desánimo, alguna pobre esperanza, y, lo repetido de nuestros días, lo vaticinado, lo que siempre transitamos. Canturreo alguna canción que me es familiar, no por lo bonita sino por lo banal. Dicen “cuarto creciente” y miro la luna; murmuran “llegó el amanecer” y me alineo con el horizonte de fuego. Todo está preconcebido, todo matemáticamente repetido. Bello, pero no singular. Muchas cosas empujan desde atrás y nos anestesiamos. Quiero que nuestra manera de ver sea límpida, sin desvelos pero sin sorpresas. No es fácil, ni lineal. Serpentea siempre como la hierba crecida con el viento, la idea de dejar lo más pulido para volvernos tan salvajes que podamos ironizar y vernos sin ilusionarnos sobre nosotros, sobre nuestras ideas y nuestra materia. Somos esto que respira; somos lo que nadie ve de nosotros; somos lo que ignoramos; somos lo opuesto a lo que decimos. Creemos que somos testigos del Tiempo, sabiendo hasta el hartazgo que él, no existe sin nosotros, que somos los años acumulados, las necedades constantes, las mentiras de lo que no podemos hacer, la lágrima que aún no rodó. Y en el mientras tanto, sembramos vergüenzas que no recordamos. Nuestro rostro es el dibujo del espanto, aunque a veces riamos, aunque instintivamente nos queramos con una locura imperecedera, aunque nos desencontremos, aunque seamos amigos de todos los olvidos.
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Música: Manu Chao-"Hoyo"
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17 de agosto de 2010

él

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Mis manos están empuñando una suerte de sentimiento visceral, por eso están apretadas, unidas como si fueran una tinaja, con un cuenco apetecible, cerradas en las puntas de los dedos y en el final de la palma. Hace rato que estoy así, hasta este momento en que escribo. Le dije a ese amor que calenté entre mis fibras y mis repliegues, que se quedara "quietecito", aquí al lado mío. Y hasta ahora así es. Nunca pensé que un amor difuso, tornasolado, dedicado a todos los humanos y que intenta mover el mundo, pueda hacerse notar. Es como una mascota invisible que tiene aroma a hierba y brilla como el rocío. Es el universo del Aleph, así, infinito y así de pequeño. Creo que no voy a dormir esta noche. Tengo miedo de que se escabulle por alguna rendija, que se haga invisible para mí y no pueda rescatarlo del anonimato. Le hecho una ojeada y ahí está, al lado de uno de los parlantes, cambiando de forma, mutando de color, celebrando distintas melodías que nunca escuché. Apareció hoy por la mañana vestido de celeste cielo. Ahora es de plata como la luna lunera, pero sin cascabeles. Tiene hambre, eso lo se. Quiere alimentarse de la ternura que desechamos, de la solidaridad que olvidamos y de las dulces palabras que aún nos falta decir. Creo que me dicta. No soy yo la que escribe, solamente soy un mero instrumento para que nos encontremos detrás de bambalinas, sobre todas las cobijas, en cada esquina y en el fondo de todos los mares. No se si me eligió o si fui a su encuentro. Cualquiera sea la opción, está tan cerca que creo en la posibilidad de poder guardarlo un ratito y entregarlo, regalarlo o prestarlo a quien lo perciba aunque sea alguna vez. Cierro todas las puertas y ventanas, le doy calor y me quedaré en vela por si se escurre tras tantas lágrimas derramadas…
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10 de agosto de 2010

principio

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Me delineo el perfil con una pluma de faisán y llego hasta el escote. Subo cortésmente hasta la frente y la dejo caer. Las caricias, los felinos y el saxo cubren la neblina del espacio, del atardecer y del punto exacto en que se estrellan todos los sonidos. Acabo de redimirme para siempre y por todo. Nada es fatuo en este instante porque lo poco que conjugo, existe. Cierro los ojos y pienso en cuantas cosas son las que deben desecharse y que las personas insisten en conservar: Un viejo amor, una ilusión imposible, una sempiterna alegría de kermese. Doy vuelta en la cama. Giro. Me echo boca arriba. Me siento y veo mis raíces que me implantan al suelo. Sonrío con media sonrisa y miro de soslayo el espejo que derrumba toda teoría del reflejo exacto, plausible, encantador. A estas alturas ya se que soy lo que he vivido y que mi rostro me muestra –inquietante- mis faltas, mis traspiés, mi cobardía. Desperezo el esqueleto y llego hasta el marco de la ventana. Allí el sol me contenta y salgo al mundo mientras los gorriones se bañan en los charcos que viejas lluvias acumularon. Me alzo en un vuelo despeinado mientras mi pequeño ríe, ríe, ríe levantando los brazos al cielo.
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