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25 de marzo de 2011

mundos


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Alejandro Dolina me enseñó (claro que él no tiene ni idea que lo ha hecho) la existencia de dos grandes mundos que cohabitan sin atropellarse pese a su antagonismo. Siempre habló de los hombres sensibles que habitan el barrio de Flores, y yo creo que ese terruño es todos los terruños en donde las personas nacen, respiran y sueñan inacabablemente. Pero así como hay medicinas almísticas inventadas ante tanta crueldad diaria, los refutadotes de leyendas nacieron para opacar los deseos y la alegría amenazando siempre desde la oscuridad de su pragmatismo vulgar, con desmoronar el encantamiento que producen los sueños que deseamos encontrar y que se encuentran por la simple necesidad permanente de vendernos vidas mejores. En mi existir he vendido y he comprado otros mundos cantados al oído de quien quiera escucharme y escuchar, con la sola condición de que me crean sin ningún atisbo de duda, como lo suelo hacer yo; porque los hombres sensibles suelen venderse ilusiones para compartir, para continuar con enormes ganas, pese a que los refutadores de leyendas imprimen en los diarios de todos los días, la tertulia de cualquier desgracia por nimia que sea. Lo que no saben, por suerte, es que los hombres y mujeres sensibles, nacen y mueren en la misma noche, reinventándose siempre y bajo el mismo lema: la no contradicción de las luchas improbables, esas que al caer el sol, encienden las luces del alma y mediando una complicidad mentida, entregan el placer de los versos, de las risas, de la locura. Ningún refutador de leyendas puede acercar ni su aliento, a las madrugadas que se visten de quimeras y de encantamiento Y así, noche a noche, las razones de la sola razón de estar vivo, los une, los confraterniza y les miente fatalmente, los hermana y los hace elegirse más allá de las muchas o pocas huellas que dejan – mutuamente- en sus corazones.
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(No es posible respirar sin que el alma del otro sea sensible, sea sincera y hasta eternamente entrañable).
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Pero, cuando nace el día en el que anochece lo que inventaron de ellos, hacen de cuenta, ante los benditos refutadores que intentan quitarles identidad, que nada es cierto, que fue un sueño nada más y parten los hombres sensibles a tratar de caminar por las aceras, igual que el resto, para guardar sus secretos de cantares y promesas.

Sólo hay una condición que se establece sin decirla entre los hombres sensibles: Que siempre lo serán y nunca-nunca-pero-nunca, dejarán mansillar su honor de encantadores. Los hombres sensibles lo deben ser siempre, y nunca decir palabras de mediodía. Eso sí sería lo imperdonable.
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15 de marzo de 2011

trampa


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M. mira mi boca entreabierta. Le devuelvo mi vista a sus ojos. No hace falta hablar ante un cielo glorioso y un sol más que apetecible, pero se que le ronda una profunda indignación y algún –montón – de miedo. F. corre a sus brazos para tocar, así, abruptamente lo que tiene casi vedado: La guitarra. M. se ríe y lo besa y lo acaricia y lo vuelve a besar mientras se enmaraña en sus brazos. Detrás de ellos un mundo indescifrable en donde algunos se arman hasta los dientes para vencer en todo, a costa de detonar nuestro hogar. Revuelvo en mi memoria para detener este momento de placidez dentro de otros de intensidad. Los diarios panfletarios agregan o quitan. Quién lo sabe. Los países más poderosos de la tierra corren en auxilio de un amigo nuclear para que no se desbarate algún futuro plan y atan con alambre los rasgos de una inminente tragedia. M. me abraza en silencio y comienza a cantar “…no mires por favor y no prendas la luz, la imagen te desfiguró…” y el silencio se apoderó de nuestros pensamientos. Cae la noche en un barrio de Buenos Aires. El alumbrado se enciende, mientras acá adentro sellamos con pertinaz obstinación la delicia de los deseos, de la ternura y de los cuentos de había una vez.
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Música: Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota - "JiJiJi"
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11 de marzo de 2011

encastre


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“Miá mamá” me dijo mi hijo frente al televisor que mostraba el azote del océano en Japón. Me acerqué a él para distraerlo, le conté que el mar vuela como lo vio este verano en la playa y sigilosamente obturé el botón de apagado y me puse a jugar con él en el piso. Ay mundo querido ¡Cómo te están doliendo los hedores humanos! Me asusta que vociferes así, que tu queja nos ensordezca hasta el desmayo y la muerte y que no sepamos -por tarde- el exacto origen de la primigenia furia. “Ete va acá”, -Si, le dije con alegría y aplaudí su inteligente encastre. El se rió mucho, de placer. Su entusiasmo era el dínamo en reversa de tanto espanto en una sola jornada. Los colores de las piezas eran tan vibrantes como mi alerta y mi angustia. Hace un tiempo, mundo querido, le dimos nombre a esas marejadas producto de tus terremotos ¿Está bien que los denominemos tsunamis? Me confundo y no se que piezas faltan para terminar con este horroroso juego de no saber en qué te convertirás. “Acá”, -¡Si!, le dije nuevamente porque su dicha era el reverso de mi tristeza. Habíamos terminado con todas las piezas en el lugar indicado y ¿Sabés mundo? Sólo atiné a besarlo, traerlo a mis brazos y enroscarlo con mis extremidades para que ni un poco de aire nos separe, porque si por mí fuera te prometería que aún estamos a tiempo para que sea posible convivir sobre tu lecho redondo, versátil y amorosamente templado.
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2 de marzo de 2011

música


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Desde el alba él sobrevoló con pentagramas mi anatomía. Acarició mis curvas y dejó secuelas de corcheas para que se graben a fuego en mi cuerpo. Yo sonreía. Recogió mi cabello en lo alto de mi cabeza y la clave de sol la hizo descansar en mi cuello. Veía el amanecer de todo como si fuera la primera vez, como si desde allí me alejara de todo precipicio, esos que, -a veces- me asolan en la soledad de las noches asoladas. Sus dedos se pintaron de negros y sus caricias entonaban notas. Y yo, erguida sobre un taburete, comencé a despojarme de mi ser, a desdibujarme, a partir hacia un camino inverso. – La música deja sin cuerpo, balbuceaste, y tu creación fue la que me llevó a un viaje eterno, sin posible regreso y sin melancolías. Me habías convertido en una melodía.  En el taburete las marcas de mis pies sudorosos fueron la fiel verdad de mi adiós.
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