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Alejandro Dolina me enseñó (claro que él no tiene ni idea que lo ha hecho) la existencia de dos grandes mundos que cohabitan sin atropellarse pese a su antagonismo. Siempre habló de los hombres sensibles que habitan el barrio de Flores, y yo creo que ese terruño es todos los terruños en donde las personas nacen, respiran y sueñan inacabablemente. Pero así como hay medicinas almísticas inventadas ante tanta crueldad diaria, los refutadotes de leyendas nacieron para opacar los deseos y la alegría amenazando siempre desde la oscuridad de su pragmatismo vulgar, con desmoronar el encantamiento que producen los sueños que deseamos encontrar y que se encuentran por la simple necesidad permanente de vendernos vidas mejores. En mi existir he vendido y he comprado otros mundos cantados al oído de quien quiera escucharme y escuchar, con la sola condición de que me crean sin ningún atisbo de duda, como lo suelo hacer yo; porque los hombres sensibles suelen venderse ilusiones para compartir, para continuar con enormes ganas, pese a que los refutadores de leyendas imprimen en los diarios de todos los días, la tertulia de cualquier desgracia por nimia que sea. Lo que no saben, por suerte, es que los hombres y mujeres sensibles, nacen y mueren en la misma noche, reinventándose siempre y bajo el mismo lema: la no contradicción de las luchas improbables, esas que al caer el sol, encienden las luces del alma y mediando una complicidad mentida, entregan el placer de los versos, de las risas, de la locura. Ningún refutador de leyendas puede acercar ni su aliento, a las madrugadas que se visten de quimeras y de encantamiento Y así, noche a noche, las razones de la sola razón de estar vivo, los une, los confraterniza y les miente fatalmente, los hermana y los hace elegirse más allá de las muchas o pocas huellas que dejan – mutuamente- en sus corazones.
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(No es posible respirar sin que el alma del otro sea sensible, sea sincera y hasta eternamente entrañable).
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Pero, cuando nace el día en el que anochece lo que inventaron de ellos, hacen de cuenta, ante los benditos refutadores que intentan quitarles identidad, que nada es cierto, que fue un sueño nada más y parten los hombres sensibles a tratar de caminar por las aceras, igual que el resto, para guardar sus secretos de cantares y promesas.
Sólo hay una condición que se establece sin decirla entre los hombres sensibles: Que siempre lo serán y nunca-nunca-pero-nunca, dejarán mansillar su honor de encantadores. Los hombres sensibles lo deben ser siempre, y nunca decir palabras de mediodía. Eso sí sería lo imperdonable.
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