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31 de octubre de 2010

27 de octubre de 2010

néstor


"Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérala, pues, en todo lugar"

Séneca 

25 de octubre de 2010

blondy 2


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Ella estaba lavando los platos con su hijo a cuestas que se agachaba para poner su mano en el agua. Se reía y *Blondy también. Las monerías del niño de casi un año, eran la única salvación para un mundo de incautos e insensatos. Él emergió desde el balcón, muy bello, como siempre. Le asentó un beso en la cabeza a Blondy y tomó en sus brazos al hijo de ambos que no paraba de moverse. Blondy dijo – A veces no se porqué creo en personas que no conozco. No se qué extraño presentimiento de honestidad generalizada me circunda. Se secó las manos y al darse vuelta, ví que sus ojos traían un poco de decepción. –No se, continuó, pero estoy cansada que todos los hombres jueguen a ser el león de cualquier manada, sin distinción, y las mujeres jueguen a ser las mejores entre todas, haciendo el juego deshonroso de algún tirifilo. En algún momento me he ido lejos para constatar mi percepción, aunque siempre supe lo que amaba. Ahora me disipo entre los soles y dejo de tratar con cordialidad, porque cualquier macho se confunde y cree que puede competir con *Anselmo. Eso me indigna ¿Es posible que no entiendan que una se enamora y no hay sitio para nadie más? Yo no le contestaba a esta mujer de cabellera suelta y rebelde ante la ausencia de códigos de conducta. Anselmo entró, la besó. Me quedé con *Ramiro en mis brazos y supe que Blondy nunca más va  mojarse en vano. Anochecía pero un rayo de sol se encolumnó y los hizo brillar.
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Cualquier semejanza con la realidad, es exacta.
* Los nombres fueron modificados.
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21 de octubre de 2010

betzaida


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Estaba arremangándose el suéter cuando iba saliendo de la sala del hospital, despeinada y con cara de raro asombro, casi lindando con el estupor. Caminó lentamente por el pasillo lleno de carteles y se dirigió a la salida. Su hijo había muerto hacía instantes, infinitos segundos que no se podían contar porque el tiempo se detuvo a las diecinueve y cuarto de la tarde. Se sentó en un umbral que no va a recordar nunca más. Sintió el sopor de  la conclusión de la vida y lloró. Supo que nunca le había dicho lo suficiente. Que había sido muy enérgica y sólo pedía instantes para retrotraer el tiempo y besarlo, abrazarlo y acariciarlo antes de la despedida. Pero es que nunca supo de la muerte prematura. Nunca presintió que vivimos por puro azar. Nunca imaginó siquiera que algún día iba a ser el último día en que lo viera. Así. Trágico. Espeluznante. Desgarrador. Se secó las lágrimas que empañaban la calle con el dorso de su mano y apoyó las dos manos en ambas rodillas. Así. Agonizante. Perdida. Quebrada. Lo buscaba entre la gente que pasaba por la acera. No podía haber sido. No pudo haber muerto. Así. Sin derecho. Sin futuro. Sin esperanza. Se irguió como pudo para contratar el servicio de sepelio y darle digna sepultura. Así. Con flores. Con amigos. Con la daga clavada para siempre. No sabía a dónde se dirigía. Tampoco le importó. Lo mejor de su vida no iba a volver. Cualquier sendero era igual. Así. Rancios. Inhóspitos. Crueles. Cruzó la calle sin mirar. Murió al instante debajo de un colectivo. Del otro lado de la calle su hijo, su único hijo, vociferó de espanto. Así. Contundente. Atroz. Inimaginable. Él corrió a su encuentro debajo de la carrocería. La policía y los bomberos llegaron para labrar las actuaciones. Él se hamacaba en el cordón mientras repetía sin parar –se suicidó, se suicidó, se suicidó. Supo que nunca le había dicho lo suficiente. Rogaba instantes para retrotraer el tiempo y besarla, abrazarla y decirle que siempre la había querido. Su madre había muerto hacía instantes, infinitos segundos que no se podían contar porque el tiempo se detuvo a las diecinueve y cuarto de la tarde. Alzó la vista y miró a los ojos del médico que fue a su alcance para balbucearle –Se nos escapó, se nos escapó. Se secó las lágrimas que empañaban la calle con el dorso de su mano, mientras el cartel del neuropsiquiátrico comenzaba a centellar en luces verdes y azules.
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14 de octubre de 2010

magdala

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Sentada al borde de la silla, dejaba ver sus bragas tan rojas como su sinuoso vestido. Había advertido que el amor era cosa del pasado, de hace muchos años, tantos como la humanidad tarda en reproducirse y más aún. Señalaban sus ojos la estirpe escrita en el primer libro, el castigo al que la querían someter y la dulzura con que untó los pies de su hombre más de una vez. Ella que expulsó demonios de su cuerpo y que adulteró la fidelidad momento tras momento, recuerda sólo a uno, el que la creyó entera de toda entrega. Y así fue. Sabía que la llamaban de diferentes maneras, porque así lo quiso, porque así lo pergeñó. Sus ojos giraban en imágenes borrosas y escupía herrumbre ennegrecida. Acarició sus caderas como miel viscosa. Esas mismas que ansiaban recorrer otra vez el camino hacia aquellos brazos, hacia  aquél púlpito carnal, hacia la restauración de la sangre agolpada y el vuelo del goce en los cielos. Se erizó y burló la transpiración de sus pechos. Esperaba seguir el sendero de pezones erectos y saliva blasfemante entre sus piernas. La mueca de su boca frente al espejo, le demostró que su ingenuidad almística se había atorado en el pasado. Ya nada era calma en su torrente. Se acordó que faltaban tres clavos para la empuñadura de su picaporte de madera y quedó perdida en una atmósfera de tinieblas. Sus años no existían, habían desaparecido de un plumazo para su suerte. Así era bella, lo suficiente para poder elegir seguir follando con los sicarios de dios y regurgitar en sus rostros, las desdichas escritas y reproducidas por todos los vientos.
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8 de octubre de 2010

blondy


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Llovía y ella estaba sentada al borde del cordón, agazapada,  sosteniendo sus piernas con sus brazos y su mentón en el cuenco que quedaba entre sus rodillas. Se hacía llamar Blondy porque le gustaba, porque era suave, porque su otro yo deseaba poder ser menos apocalíptica, dejar de ser por un rato, la hija de la lágrima. Cuando repetía por lo bajo su nombre, se aletargaba, se cocía a fuego lento todo aliento de esperanza, aunque sea cortita. Blondy, Blondy, Blondy. De esa manera sonreía. Blondy, Blondy, Blondy. De esa forma creía en el amor perenne. Llevaba, esa noche un buzo con capucha que la cubría de la fría y persistente garúa, pero no podía destronar de sus pestañas, las gotas acumuladas como si fueran estalactitas. Tenía que pestañear, pero no quería. Estaba esperando que él se asomara por la ventana iluminada de su cocina y los párpados podrían jugarle una mala pasada si los cerraba seguido. Lo divisó tras el vidrio, yendo y viniendo y pensó que una pipa le quedaría muy bien entre sus labios porque así podría seguir su rumbo tras el humo antes que se disipase, cuando desapareciera de la escena. Blondy estaba al cruzar la calle. Nunca él podría verla porque estaba camuflada con la noche. Muchas veces supo de sí misma, que podría llegar a ser como un perro que sólo desea caricias y ternura, sólo eso, sin gritos ni atropellos, otras veces soñaba con poder ser gata que no necesita de tanta atención inmediata, pero ella era las dos cosas a la vez. El cielo tronó y recordó a sus muertos y que era imperioso ir a llorar la extrañeza junto a las tumbas. Era amiga de la muerte porque desde allá había gente muy querida que quizás la estaba esperando, pero entendía que se llega sin anticipación a todos los lados. Por eso estaba allí. Quería verlo a él a la distancia, sus movimientos, sus giros, sus manos volar sobre el vidrio del ventanal, escuchar sus romances con la música e inventar su introspección. Blondy desde sus ojos inmensamente negros, lo observó mirar el cielo, ese que no se veía, pero que era inevitable tratar de demarcarlo en su territorio. Tronó a modo de queja por segunda vez, iluminando por breves segundos lo que contenía la calle. Él la vio. Ella no se movió. Él acercó su rostro al vidrio con sus manos a ambos costados de la cara. Se retiró del vidrio y ganó la calle. Blondy se sumergió entre sus propios brazos montados en cruz sobre sus rodillas flexionadas, mientras oía pasos que iban a su encuentro. Él se agachó y tomándola de un hombro, le preguntó – Ey, ¿que hacés acá bajo la lluvia?, -Nada, dijo Blondy, me senté a descansar, es que vengo desde lejos, ¿sabés?, - Entonces, vení conmigo, entrá a la casa, estoy por comer algo, -No, gracias, dijo Blondy, mientras se ponía de pie. –Me tengo que ir, agregó. Él se paró frente a ella y musitó –Si ahora estás acá, qué mejor. Ella dio un paso hacia la izquierda y siguió su camino, contestándole sin darse vuelta –Tal vez en algún mañana ¿No te parece?, -No, dijo él. La vida es hoy. Y ella, saludándolo con la mano en alto, le dijo a modo de una despedida, -No, la vida no es hoy, es todos los días y vos quizás estés en el mañana. Se dio vuelta para mirarlo, le sonrió y se marchó. Él no agregó nada. Antes de entrar a su casa, miró el cielo otra vez, vio aparecer una estrella, se echó a reír y le tiró un beso.
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2 de octubre de 2010

ve

Fotografía: Matthew Scherfenberg 

Música: Andrés Calamaro
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La inicial de su nombre era "V" de victoria,  pero se llamaba Verónica, como su abuela. Se debatía entre sonrisas y excesos y algún que otro amor olvidable. Nunca entendió porqué la gente pudría todo en tan poco tiempo. Esa tarde estaba apoyada sobre el murallón. Del otro lado se divisaba poquito una ciudad uruguaya -Debe ser por el día, se dijo para sí. El coloso de piedra que la separaba y la contenía del río, tenía señales de tiempos pasados, que ella arrojó al agua porque le molestaban al acodarse. Pensó que esas conchillas serenamente apostadas sobre la piedra -y que ella deshaució- representaban el remanente, la esencia, la crudeza, la pequeña porción de su verdad, sobre los hombres. Lo oculto. Lo siniestro de toda fachada amigable. La traición detrás de los velos. Había entendido que la mayoría siempre quería ganar, desde la lotería hasta un amor. Daba lo mismo. Desde el oráculo mágico hasta la caricia de algún hijo. Todo en la misma bolsa y al mismo precio. Pero ella sabía que no era así porque los designios no empardan nunca, al contrario: Hay que saber perder para entender en qué se puede ganar. Si la existencia se trata de victoria (vaya...su nombre oculto otra vez) o de trascendencia, nadie debería señalar las derrotas o sus opuestas con algún hálito de exitismo. Nadie pero nadie puede colocar algún puntaje a la travesía de cada uno en esta vida. Pero era así y volvió a resurgir en su interior el pensamiento recurrente de que, por pensar así, siempre la habían deseado, para doblegarla o para adquirir su sabiduría. Siempre lo había sabido. Pero le provocaba mucha ternura que los galanteos se hayan repetido y se repitieran una y otra vez de la misma manera en todas sus presas, con una inocencia hasta rudimentaria. Ella también había buscado luchas cuerpo a cuerpo, sólo que no había pasado gato por liebre y nunca hablaba de amor cuando sólo era deseo o curiosidad. Las tímidas olas golpeaban tenazmente el mohoso de piedra, gimiendo en cada estocada, como sus pensamientos en su cabeza. El viento penetraba como manos furtivas a través de la falda, alcanzando y regocijándose con sus glúteos. Desde el otro lado, un niño caminaba por el borde de la explanada de la mano de su madre. Se detuvo y señalándo el cauce del agua, dijo: - ¡Mirá mamá cuántas burbujas hay ahí!

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