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Los reflejos juegan con el ir y venir de las manos cerradas en puños mientras gira su cabeza coronada de deseos, tras su nombre pronunciado. Su pequeño e inocente hogar mece sus sueños tras alcantarillas que va a saltar, que va a evitar. Hace cordones en la esquina de cada gemido y sus piernas se agitan tan levemente como si nada haya para empujar. Todo se le sugiere como…
¿cómo?
Lo observo y creo que mis deseos sobre él son efímeras pócimas de augurios que no va a tener que elegir, porque ya le han sido dados. La tierra rueda por una cornisa de su risa pequeña y corta. Me mira. Siempre me mira sin saber que detrás de mi vista hay varias visiones superpuestas que él va a tener que develar. Lo sostengo en alguna esquina de la luna que se acrecienta en un cielo de brazos, leche y calor. Huele a todo ello y amanece desde una pradera de rojos atardecidos que acaricio y sostengo en la cavidad de mi mano. Me busca. Me hace inmune a este mundo de absurdos y me entrega su primer destino atinado. Apenas una luz y varios murmullos arrullados en su oído para que descubra la épica de su nacimiento. Soy a través de él lo que sólo él puede blandir de mí. Me hago a su necesidad y antojo de ver cada día con más placer, con más horizonte, con mayor fortuna. Una ternura, sólo una ternura cruza mi centro y renazco a cada rato en que su elegía aún no tiene nombre ni tiempo.
Y Caronte encalló para no volver.
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2 comentarios:
Me encanta.
Gracias Pedro...me alegro que te haya gustado.
Un beso y un abrazo y por siempre mi amigo :)
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